La batalla ideológica está por abajo. Por abajo en dos aspectos. En el sentido de los más desfavorecidos, pero también en las personas más jóvenes que empiezan a votar. Los participantes de las demenciales revueltas de las caceroladas cayetanas sabemos a quién votan. Ahora que se les ha quedado Ciudadanos como una opción demasiada moderada, tienen las alternativas ultra y muy ultra. Pero si sumamos los votos de Ciudadanos, Partido Popular y Vox en las últimas elecciones generales, pierden más de medio millón de votos de los que sacó un político sin carisma ni discurso como M. Rajoy. Unidas Podemos más el PSOE más escisiones pierde menos, pero tampoco iguala las cifras del PSOE de las absolutas.
Pese a la disgregación del voto, las cifras de los bloques son similares. Aunque se intentó hacer común la idea, de forma acertada, de ser los de abajo contra los de arriba, se han mantenido los votantes de los ejes derecha-izquierda y no se ha aumentado apenas la masa de votantes. Fluctuó la participación hacia arriba en las penúltimas, por el miedo a la extrema derecha, y decayó en las últimas, por el cansancio. Los votos se movieron entre los partidos de espectros similares. Los bloques están tan igualados que la votación para elegir gobierno fue tan de infarto que daba miedo un tamayazo a nivel nacional. No se ha logrado ampliar la base de votantes de significativamente por ningún lado del tablero.
En los últimos días hemos descubierto a los revolucionarios cayetanos que, como indica Bob Pop cuando se refiere a la clase acomodada en España, sí tienen conciencia de clase y defienden su cartera. Esta gente ya estaba aquí y siempre ha tenido gran disciplina de voto, no les altera que las elecciones sean en día laboral o domingo, lluvioso o soleado. Y también han tenido siempre un tremendo sentido del voto útil. El PP era el voto útil de la derecha y la extrema derecha, dejando en la marginalidad a las falanges y a España 2000, pero ahora tienen incluso la opción con representación en las instituciones de la mutación verde del PP con anabolizantes. Pese al visibilidad cayetana, no todo el voto a la derecha es de la clase media-alta, también penetra su ideología en las clases populares.
Sin entrar en si están engañados por el sistema, como defiende Thomas Frank (y tiene mucha razón en la desinformación, particularmente en el caso Español con prácticamente todos los medios de comunicación masivos en manos de la derecha, como analiza en sus trabajos Pascual Serrano) o que el componente del voto dependa de muchos más factores determinantes además del aspecto económico, conformando la ideología, como apunta Ignacio Sánchez Cuenca en La superioridad moral de la izquierda, el caso es que existe el obrero de derechas que está en contra de medidas que mejoran su vida, como la subida del SMI o el escudo social desplegado por el gobierno progresista para aliviar los devastadores efectos para las familias del Covid-19.
Frente a estas férreas posiciones ideológicas, las personas más desfavorecidas, las de realmente abajo, se sienten expulsadas de lo procesos de elección, de la vida política, de la lucha por una vida digna. Aquí y, en mayor o menor medida, en casi todos los sitios. La socióloga Saskia Sassen ha teorizado sobre estos procesos de expulsión. Textualmente, “los oprimidos generalmente se han levantado contra sus amos. Pero hoy los oprimidos en su mayoría han sido expulsados y sobreviven a gran distancia de sus opresores”. Estos oprimidos, aunque a priori son los que se intentan proteger desde las políticas progresistas, se sienten fuera del sistema.
Un peligro para el hackeo de la mentira de la extrema derecha si logra seducirles, como cuando apretó la tecla en el Brexit y logró sacar a la luz a millones de personas que no votaban nunca y rompieron los sondeos. Un peligro enorme con la incalculable cantidad de gente que podemos quedar en la marginalidad después del azote de una pandemia mundial. Con ese colectivo de personas expulsadas hay que luchar para que no les atrapen los cantos de sirena de la política de sentimientos de la extrema derecha, de anteponer, como verbaliza Anita Botwin, al penúltimo contra el último. Aunque de forma razonada vayan contra sus intereses, les tocan las tripas y matan El mito del votante racional, como escribió Bryan Caplan. Caplan defiende que elegimos el voto con el sentimiento y luego buscamos los argumentos racionales que defiendan el voto ya seleccionado. Es uno de los campos de batalla de abajo, enorme e imprevisible después de los efectos del COVID19, que hay que ganar estando en la calle. El partido político Podemos, en el que milito, ya está en la calle, en cada asociación, en cada movimiento. Aprendiendo a relacionarse de forma más productiva con todo este tejido asociativo, a comunicarse y fortalecerse mutuamente para no dejar a nadie atrás, pese a la dificultades y contradicciones que plantea tener pies en las instituciones y en la calle. Pero hay otro campo de batalla.
El otro escenario de lucha también está abajo, en la parte de abajo de la (pirámide) poblacional. Lo está abonando la extrema derecha y la versión más salvaje y cruel del neoliberalismo, el del sálvese quien pueda. Ese campo de batalla es el de la juventud. Las personas más jóvenes que pasan de Facebook o Twitter, de la televisión ni hablamos, y se informan a golpe Youtube. Los modelos de referencia para las nuevas generaciones son los youtubers, con cientos de miles de seguidores. La mayoría provenientes del entorno gamer, son ídolos para un público muy joven mayoritariamente masculino.
Pese a algún caso anecdótico, como la denuncia (real) del “periodista” ultra Álvaro Ojeda de OkDiario a Wismichu por “amenazarle de muerte con pokemons”, la mayoría de los youtubers que se han posicionado políticamente están en la derecha y siguen los dictados de un economista radical como Juan Ramón Rallo. Sacado de la marginalidad a la televisión por Mariló Montero, encumbrado por la Sexta y adorado por estos influencers, Rallo cuenta ya con 126.000 suscriptores en Youtube. A alguno de estos jóvenes youtubers con cientos de miles de seguidores le estamos viendo en el “programa” del “periodista” Negré, que cuenta también con la habitual presencia de Rallo. Estos youtubers capaces de jugar al Minecraft en un escenario llamado Fachaland que tiene como capital una versión digital de El Valle de los Caídos, sacaron las pasadas navidades el tema “Fachas héroes” para “luchar contra la corrección política, contra el totalitarismo del nuevo comunismo, contra los grupos de presión LGTB, contra la dictadura progre y contra el pensamiento único de extrema izquierda que recorre Occidente”. Y con este pensamiento reaccionario radical se mueven entre cientos de miles de centennials, los nacidos después de 1997, envenenando sus medios de comunicación y hablándoles en su lenguaje. Llegándoles.
Decir que el mayor activo de Podemos es su militancia es una obviedad. Las personas que entregan altruistamente su tiempo y esfuerzo son el verdadero hecho diferencial de esta organización. Dentro de ese frágil equilibrio de colectividades y liderazgos en el que se mueven todas las organizaciones, nuestra gente siempre responde, lucha, ayuda y aporta. Pero también es obvio que en nuestras asambleas ganan las canas. Existe un problema generalizado en todo el territorio nacional esta franja de edad más joven, confirmado por el estudio efectuado sobre las personas afiliadas. Para que esta necesaria herramienta de cambio que se llama Podemos sea sostenible, tiene que atraer, incluir y escuchar a la juventud. Adaptarse a tu lenguaje y a su visual forma de comunicarse. Dar una vuelta de tuerca a la política por otros medios.
Contamos con dos elementos básicos que están completamente asimilados por Podemos, el feminista y el ecologista, que presentan una alternativa de esperanza para la juventud. Son temas tremendamente potentes y aglutinadores, como demuestran las masivas movilizaciones por al clima y feministas del 8M, por eso están en el punto de mira de la comunicación reaccionaria. para trabajar en las inquietudes de institutos y universidades. Nuestra organización necesita la visión, la vitalidad y la inteligencia de las personas más jóvenes para enriquecer el colectivo y combatir en las luchas que ya están aquí, aceleradas por el Covid-19. Hay que usar todas las herramientas para llegar a las personas que están en los institutos y universidades. Ese es el otro campo de batalla crítico.
Kike Pinel es enlace de Organización de Podemos Leganés